El P. Antonio Malo, profesor de Filosofía de la Pontificia Università della Santa Croce, explica qué es, cómo funciona y cómo se educa la afectividad.
Por Jaim Córdova. 15 julio, 2015.‘La vida es ahora’ y ‘deja que tu corazón te diga qué hacer’ son algunas de las frases que se utilizan en la publicidad para sugerir determinadas acciones en las personas. Pero ¿por qué nos persuaden tan fácilmente? El P. Antonio Malo, especialista en temas de afectividad, nos explica lo que sucede con nuestras emociones frente a los estímulos de la realidad y cómo ellas podrían condicionar nuestras acciones si no les damos el lugar que les corresponde en la estructura de la persona.
¿Debemos seguir lo que nuestro corazón nos dice?
Sí, pero eso no quiere decir que solamente se deba escuchar la voz del corazón, porque no todo lo que viene del corazón me lleva a ser persona humana. Hay cosas que podemos sentir y hacer las personas que no realizan nuestra humanidad; por ejemplo, el canibalismo.
En nuestro corazón hay cosas que son buenas, positivas, que nos desarrollan, que nos llevan a ser más cabales; pero hay otras que no. Si uno piensa que escuchando sólo la voz del corazón puede conducir su vida, está equivocado. Tiene que ser crítico y valorar lo que viene siente del corazón.
De lo que se trata es de oír esa voz y afinar los propios sentimientos para que correspondan a la situación en que nos encontramos. Si una persona está en un peligro verdadero y no siente miedo no tiene afinados los sentimientos afinada la afectividad, algo no funciona bien en su emotividad. Los sentimientos nos deben llevar a conocer cuál es la situación en que verdaderamente nos encontramos para luego actuar en consecuencia.
Entonces, ¿qué podemos entender por afectividad?
La afectividad es un término muy general que contiene una gran cantidad de fenómenos diversos: estados corporales (cansancio, agitación, tranquilidad, gozo, sentimiento de energía, etc.), emociones, sentimientos relacionados con el yo y los demás, estados de ánimo, etc.
La afectividad tiene un fondo fundamentalmente corporal, los sentimientos corpóreos que además son los más duraderos. Si pensamos en otros fenómenos afectivos como las emociones, estas son menos estables, tienen mayor intensidad y son lo que, desde el punto de vista afectivo, tenemos en común con los animales. Por eso, las emociones son naturales; la expresión mímica de las emociones puede ser reconocida por personas de cualquier cultura, raza y clase social.
¿Cómo se desarrolla la afectividad en la sociedad hoy en día?
Hoy en día se suele pensar que para poder encontrar nuestro camino tenemos que seguir nuestros afectos y sentimientos. No se tiene en cuenta que la afectividad ha de educarse mediante la práctica de las virtudes. Es verdad que el equilibrio entre afectividad, voluntad y razón siempre ha sido algo difícil de conseguir. Pero hoy en día la mayoría ha dejado de esforzarse por alcanzar ese justo medio entre extremos del que hablaba Aristóteles.
En nuestra época se piensa que para ser uno mismo no se necesita la virtud, pues la autenticidad consiste en seguir la afectividad como si esta fuera una voz que viene de lo más profundo para descubrirnos quiénes somos.
Muchos consideran que el valor supremo es ser uno mismo. Pero como lo ven sin relación a la racionalidad humana, a las virtudes y educación entonces, cada uno tiene que ‘inventarse’ un modo único de ser, y donde todo aquello que puede ser una tradición, que es contrario a cualquier lazo afectivo estable o relación familiar, pues estas en algún momento pueden presentarse como opuestas a su sed de autenticidad. En ese sentido, creo que comprender adecuadamente la afectividad es la cuestión central de nuestra cultura postmoderna y tecnocrática.
¿Cuáles son las características de una persona valiente?
La persona valiente es aquella que, a pesar de tener miedo, afronta el peligro cuando lo que está en juego es un valor de gran importancia o huye cuando el valor en juego no es tan importante y se da cuenta de que sus fuerzas no son suficientes. para afrontar ese peligro o cuando lo que está en juego es un valor de gran importancia y es capaz de enfrentarlo. Es decir, en la virtud no hay un sólo comportamiento posible, sino una diversidad según la situación en que se encuentra la persona.
Mientras en el vicio hay un hábito que nos condiciona, en el mal sentido de la palabra, pues nos lleva a repetir el mismo comportamiento; en la virtud hay creatividad para saber actuar de acuerdo con lo que se requiere en cada situación. Eso lo dice muy bien Aristóteles, cuando afirma que “la persona virtuosa es capaz de saber cuál es la pasión que debe sentir en el momento, circunstancias y ante la persona o el objeto convenientes”.
¿Qué significa ser auténtico?, ¿significa dejarme llevar por los sentimientos? o ¿decir siempre sí a mis miedos?
En la persona humana, los sentimientos nos informan de la relación inmediata que nuestra subjetividad tiene con la realidad. Tener miedo, por ejemplo, es considerar una realidad como peligrosa; y eso no es un juicio racional sino emotivo. El ser humano tiene la posibilidad de detenerse y juzgar racionalmente si se trata de un temor adecuado o no.
En los animales esta detención no es posible, pues la naturaleza actúa necesariamente en ellos; la persona, en cambio, actúa a través de su naturaleza. En las personas, el juicio afectivo no viene al principio de ella, sino de su naturaleza. Pero como nosotros no somos naturaleza sino que la tenemos, somos por eso capaces de juzgar lo que nos sucede. Si nosotros solo sintiéramos, sin poder inetrepretar lo que nos pasa, no podríamos actuar libremente, porque para poder actuar obrar como persona es necesario ejercitar el binomio razón y voluntad con que interpretamos, valoramos y aceptamos o corregimos los sentimientos. No es lo mismo sentir miedo que darse cuenta de que se tiene miedo; esto último, sólo es posible a la persona humana.
La autenticidad es en realidad saber qué es exactamente lo que quiero para descubrir si ese sentimiento que me embarga está en consonancia con lo que quiero o si solo es manifestación del influjo positivo o negativo que algo o alguien ha ejercido en mi subjetividad.